viernes, 10 de julio de 2015

LA MÚSICA DA VIDA. Movilicémonos para que los menores puedan desarrollar su pasión por la música e ir a las salas de conciertos.

Como sentenció Siniestro Total. Ayatollah, no me toques la pirola (MÁAAAS). 




La vigente Ley de Espectáculos Públicos, Actividades Recreativas y Establecimientos Públicos de Aragón (Ley 11/2005, de 28 de diciembre) prohíbe absolutamente la entrada y la permanencia de menores de edad en salas de fiesta, discotecas, salas de baile y pubs, es decir, en los lugares en los que pueden celebrarse los conciertos que se programan en Zaragoza de forma habitual:
Artículo 32. Protección del menor.
1. Sin perjuicio de las limitaciones establecidas en la legislación específica de protección de menores, la infancia y la juventud, se establecen las siguientes limitaciones de acceso y permanencia en los espectáculos públicos, actividades recreativas y establecimientos públicos respecto de los menores de dieciocho años:
(…)
b) Queda prohibida su entrada y permanencia en salas de fiesta, discotecas, salas de baile y pubs. Se excluyen de esta limitación las salas con autorización de sesiones para menores de edad, o salas de juventud, en las que se permitirá la entrada y permanencia de mayores de catorce años y menores de dieciocho, conforme a los requisitos establecidos reglamentariamente.

No entiendo por qué no he escrito antes de esto, cuando lo he hablado tantísimas veces con amigos: es una vergüenza que en España llevemos años aceptando pasivamente el lamentable hecho de que en las salas de conciertos de este país no puedan entrar menores de 18 años. Es una pesadilla.
El amor por la música empieza a manifestarse a edades muy tempranas. Desde los 2 ó 3 años, un niño es capaz de diferenciar sonidos y con 5 puede diferenciar todas las notas musicales. El ritmo lo llevamos todos dentro desde el mismo día de nuestro nacimiento y lo marca el latido del corazón. Si los padres son sensibles a la música y tienen cierta afición por la misma, lo normal es que los niños estén expuestos a los discos y a las canciones que se escuchan en casa o en el coche, sin contar, por supuesto, las canciones que les cantan en el colegio y que sirven para que aprendan, de una manera divertida, los misterios de la vida. Es decir: las personas estamos expuestas a la música desde el principio de la propia existencia. Hay estudios, como el de Rene Van de Carr, que aseguran que un feto de 33 semanas acaba respirando al ritmo de la música a la que está expuesto. 
El problema empieza a partir de los 10-12 años: el niño empieza a tener sus propios gustos, a desarrollar su curiosidad y a emanciparse poco a poco de la corriente principal que marcan los padres.
El primer paso es la música en casa, luego tus primeros discos y los concietos
¿Cuál es el siguiente paso a la pasión por los discos? Fácil: los conciertos. No hay que ser el jefe de neurocirugía de un hospital nórdico para adivinar que una cosa lleva a la otra y que no hay nada malo en este proceso. Sin embargo, la cultura del miedo que estaba instalada en nuestra sociedad durante los 70 y 80 (mitad por el hecho de que salíamos de una dictadura, mitad porque los 80 fueron años muy complicados en cuanto a juventud y drogas se refiere), hicieron pensar a algunos padres que el camino que emprendían sus hijos era un camino que implicaba perversión, yonkismo, maldad, música y muerte. Mis padres entre ellos. Pero qué va (“ojalá”, he escuchado decir a muchos). La droga o el alcohol están instalados en la cultura del ocio, pero no son elementos exclusivos de la música. ¿Hay público de los conciertos que bebe y se droga? Sin duda. ¿Son todos? No. Lo mismo ocurre con los músicos. Y diría que los porcentajes de participación son similares en cualquier subgénero de ocio al que nos refiramos.
Hoy en día, ningún menor de 18 años puede entrar en conciertos. Con esa edad yo ya había visto a más de 150 bandas en directo. Ya había experimentado más de 150 veces miles de sensaciones diferentes que contribuyeron positivamente a la formación de mi personalidad. Ya había visto cosas, había sacado mis propias conclusiones, había conocido a gente con la que luego entablé una amistad verdadera, había gritado, había dormido en paradas de autobús, había perdido metros, había dormido en tiendas de campaña para ver a Beastie Boys o a Nick Cave y había decidido no probar ni una gota de alcohol (empecé a beber a los 24 años), precisamente influenciado por una corriente musical (el Hardcore Straight Edge).
Sin embargo, hoy la cosa es MUY diferente: hoy un menor de 18 años tiene cercenada la posibilidad de experimentar todas esas cosas delante de un grupo de música y dentro de una sala de conciertos (da igual el aforo). ¿Por qué? Porque desde que en España aumentó de 16 a 18 años la edad para consumir bebidas alcohólicas, también aumentó la edad para entrar a conciertos. (Nota: los conciertos que vi por debajo de esa edad fue porque me colé con un DNI falso o porque iba acompañado de un adulto; ahora es imposible falsificar un DNI). ¿NO ES INCREÍBLE? Sí, señor. En este país, para esto, MANDAN LAS MARCAS DE ALCOHOL. Lo explico: Las autoridades prohíben a un menor de 18 años estar en un recinto cerrado donde se venda alcohol. A pesar de ello, los menores de edad pueden asistir a los festivales de música (también cerrados) acompañados de un adulto. Y allí también se vende alcohol (de hecho, se vende mucho más alcohol que en cualquier otro sitio). Curiosamente, cualquier menor de edad puede acudir al fútbol donde, ejem, en la mayoría de las ocasiones esos menores están expuestos a conductas muchísimo más nocivas (insultos, consumo de alcohol de manera ilegal -está prohibido venderlo e introducirlo, pero se introduce y se bebe- y conductas violentas: simbología nazi, cánticos racistas y, en general, actitudes provocadoras contra los aficionados y equipo contrarios), en nombre de algo positivo (el deporte). Otra curiosidad: la edad mínima para acudir a una corrida de toros es de 12 años. En otros sectores de ocio -en un cine, un teatro, un parque de atracciones o una hamburguesería-, se vende alcohol. Y si uno es un poco avispado, lo puede comprar y consumir siendo menor de 18 años.
Lo curioso es que la excusa oficial no apunta al alcohol, sino a la seguridad. Aparentemente no es seguro una evacuación con menores de edad, pero por esa regla de tres, no podríamos movernos de nuestra casa hasta cumplir los 18 años, porque todos los sitios (desde un polideportivo hasta una iglesia) son susceptibles de ser evacuados.
De todas formas, cualquier comparación se queda en los huesos si tenemos en cuenta que cualquier menor puede entrar A UN BAR. ¿Cuál es la diferencia entre un bar y una sala de conciertos? El grupo en directo. ¿No es desesperante?
En Estados Unidos, un país con el que deberíamos compararnos en este sentido, la edad para consumir alcohol en muchos estados son los 21 años. Sin embargo, no existe una normativa nacional que regule la edad de los asistentes a los conciertos. Allí la música importa. En Nueva York o en San Francisco, se puede consumir hasta vino (¡¡¡copas de vino, amigos!!!) en conciertos de música alternativa. ¿Cómo evitan los clubes que menores consuman? Con las míticas ‘X’ en las manos, que luego fueron el símbolo del movimiento Straight Edge, anteriormente mencionado, dentro del punk y el hardcore.
Artículo rescatado del blog ‘EN SERIO’ de Pepo M., publicado el pasado 28 de agosto de 2013]
Amigos: movilicémonos para que nuestros menores puedan desarrollar su pasión por la música igual que ocurre en cualquier país civilizado y normal, y que no sean las marcas de alcohol las que dicten el cómo y el cuándo.

Y si alguno de vosotros tiene todavía dudas de los beneficios de la música, que escuche “Modo Avión de Lichis” Medicina para el alma.  Música para toda la familia.



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