¿Por qué se sigue practicando?
La mutilación genital está muy arraigada culturalmente en la sociedad burkinabe, ya que se considera que facilita el matrimonio de las mujeres y mejora su estatus en la sociedad: en efecto, la mutilación genital temprana pretende controlar la sexualidad de las jóvenes y mujeres, preservando así su castidad y virginidad hasta el momento del matrimonio y obteniendo con ella esposas que no serán promiscuas sino dignas y fieles. Hay, además, otras creencias como las que consideran que esta práctica ayuda a mejorar y mantener la higiene personal, que el clítoris es un órgano masculino y puede causar daños al recién nacido en el momento del parto, etc. Pero, sobre todo, es la presión social y la necesidad de cumplir con las tradiciones lo que permite la pervivencia de esta y otras prácticas que son nefastas para la salud de las mujeres y las niñas.
La labor de medicusmundi se ha basado en el apoyo al Comité Nacional de Lucha contra la Práctica de la Escisión sobre todo en las zonas rurales, de difícil acceso y con menos recursos. Estos proyectos se realizan en colaboración con el personal sanitario local, especialmente con las matronas, por ser personas reconocidas y respetadas por la población y depositarias de la confianza de las mujeres y contemplan la sensibilización de la población, la formación del personal sanitario y el apoyo logístico a las asociaciones locales que luchan contra esta práctica, contribuyendo, mediante esta estrategia, a la disminución de su realización en aquellas zonas donde hemos intervenido.
EL MUNDO
“La madre se ocupa de que su hija sea pura y limpia, virgen, y por eso la mía con cinco años me llevó a la ablación. Por amor a mí. ¡Y yo, claro, quería ser pura y limpia! En Somalia se practica la ablación más severa: se extirpan clítoris y labios menores de la vagina”
―Waris Dirie
http://www.gazeta-antropologia.es/?p=1487
El ritual de ablación en la novela Les soleils des indépendances y su práctica en el colectivo africano residente en España
La tribu malinké en la novela Les soleils des indépendances
“Cuando le empezó a crecer el pecho a Salimata, su madre estalló de alegría: ¡Ay Dios mío! ¡que ya estás hecha una mujer! Será pronto. Y a mitad de invierno: se fechó el día, será el próximoharmattan” (4) (Kourouma 1970: 35).
Kourouma, más que un estudio socioantropológico del ritual de ablación en su tribu, lo que quiere presentarnos en esta novela es el sufrimiento por el que tiene que pasar la mujer malinké como consecuencia de la extirpación de su clítoris. De ahí que no haga el mismo hincapié en todas las fases de este ceremonial. Curiosamente mencionará, por encima, las partes más “livianas”, como la secuencia del retiro y la del recibimiento de las iniciadas con cantos y danzas. No se olvida de ellas, las alude pero no se excede en mostrarnos pasajes. Sin embargo su interés varía cuando fija su atención en el punto culminante del ritual, la secuencia de la mutilación genital. Es cuando nuestro escritor coge su pluma y nos detalla, al extremo, la sangre que se derrama, el cuchillo asesino que se presenta a las montañas, el corte del clítoris, el latigazo interno que sienten las niñas, todo ello con el fin de dar a conocer y gritar la barbarie de esta ceremonia. Es su denuncia a este culto, con ello implica al lector en este sufrimiento y lo conciencia de la brutalidad por la que tiene que pasar toda mujer africana para su exitosa inserción
en el grupo.
En Les soleils des indépendances, la ablación de Salimata es mencionada ya al comienzo, haciéndolo a lo largo de la novela de manera discontinua, casi en forma de analepsis, explicando a posteriori, la psicología del personaje, sus miedos, sus reacciones, etc.
Primeramente existe una preparación psicológica previa a la ceremonia de purificación. En esta primera parte aparecen en escena madre e hija, la progenitora, tomando el cometido de maestra, rol por otra parte que le es impuesto por la sociedad africana. La conversación preparatoria se efectúa de modo íntimo, confidencial, en un momento privado entre ambas:
“Ya verás, decía a menudo cuando Salimata era todavía una niña, un día serás circuncidada. Ya no es sólo la fiesta, las danzas, los cantos y la jarana que se forma, es también un gran acontecimiento que tiene un gran significado, y ¡menudo significado! (…) La ablación es la ruptura, traza el límite, pone fin a los años de equívocos e impurezas propias de una jovencita, es después cuando comienza la vida de mujer” (Kourouma 1970: 34).
Y ese día llegó:
“Una mañana grisácea y rara, diríamos que una mañana como tantas otras, si no fuera por el fuego que sentía Salimata en su interior y por el mal presentimiento que oprimía a su madre. Al primer canto del gallo, empezó a llamarse a las niñas a las que se les iba a practicar la ablación” (Kourouma 1970: 35).
En los consejos que le da su madre, antes de partir con el resto de iniciandas, nos damos cuenta de la relevancia que este rito tiene para una mujer malinké: “¡Hija mía! ¡Tienes que ser fuerte! La valentía en el campo de la ablación es el orgullo de la madre y de la tribu (…) pero tengo miedo, mucho miedo, imploro a todos los espíritus para que todo te salga…a ti, ¡a mi única hija!” (Kourouma 1970: 35).
Las niñas son apartadas de la comunidad con sus progenitoras y las más ancianas hasta que concluya el ritual. La guía espiritual encabezará esta procesión hasta el lugar de la ceremonia. Es la responsable del cumplimiento de este rito de paso y en ocasiones también interviene como comadrona. Es la encargada de llevar a cabo la operación.
Salimata no olvidará nunca “la reunión de las chicas por la noche, marchando en fila india por la selva, en medio del rocío, vadeando el riachuelo, los cánticos de las matronas que las rodeaban y la llegada a un campo sin hierba, labrado, al pie de un monte cuya cima boscosa se perdía en medio de la bruma, y el grito salvaje de las matronas indicando el campo de la ablación” (Kourouma 1970: 36).
Este retiro a la naturaleza prepara otro motivo iniciático que no está presente en todas las tribus y es el momento del encuentro con el monstruo. Se trata de suscitar en las adolescentes fuerzas emocionales tales como el miedo, enfrentándolas a lo sobrenatural y a lo divino (Laye 2007: 3). Salimata ve ese monstruo en la matrona que les practica dicho corte, “la mujer del herrero, la gran bruja” (Kourouma 1970: 34), “con sus ojos completamente rojos y las manos y brazos llenos de sangre” (Kourouma 1970: 33).
Tendrán que dominar el miedo a la noche y al hecho de quedarse solas, entre mujeres, en plena frondosidad, lugar de muchos peligros; deberán vencer esa soledad rodeadas de un nuevo lugar, el bosque y con personas desconocidas, una metáfora que anticipa la separación de estas jóvenes de sus familias, como consecuencia del matrimonio.
Mientras las niñas son intervenidas, las madres y mujeres de la comunidad ofrecen la fuerza de sus danzas haciendo sonar los tambores. De esta manera acompañan a las iniciandas en su dolor.
La danza es una evocación al pasado. En ella se produce un movimiento corporal. Sirve de nexo de unión entre el pasado y el presente y marca el paso de lo conocido a lo desconocido. Libera el alma, la fortalece porque le abre una puerta hacia lo divino. Sin embargo para Salimata, esta etapa se halla prácticamente ausente. Su memoria apenas retiene algunos fragmentos de dicho bullicio. Para nuestra iniciada los cánticos se tornan en gritos y el baile en un camino hacia la muerte:
“Empezaba a calentarse el ambiente con los gritos de las matronas y de las operadas que estaban ya fuera de sí (…) los buitres surgían de la espesura de los árboles y de la niebla atraídos por el olor a sangre. Volaban por encima de las cabezas emitiendo gritos y graznidos salvajes” (Kourouma 1970: 35).
El ambiente oscuro, gris y sanguinario que se crea con la presencia de tales rapaces merodeando el lugar, como atraídos por un cadáver, hacen que la ceremonia adquiera un tono fúnebre.
El lugar que ocupa el cuerpo en este ritual es fundamental. Es la zona de encuentro donde se fusiona la transformación y donde se queman los últimos residuos de la infancia. Pasa a ser lugar de heroísmo y de expiación, encuentro de contradicciones, del sufrimiento y de la reconciliación. Podríamos definir la iniciación como un bautismo en el que se consagra un nacimiento, la entrada a un nuevo mundo, y en donde se viaja de lo profano a lo sagrado.
La ablación es a la vez un rito de separación y de reparación ya que se realiza con el fin de confirmar al individuo en su sexo, en este caso, porque el clítoris es considerado como una imperfección y principalmente como una impureza. La iniciación es pues una violencia social cuyas preocupaciones son el orden y la perfección: el cuerpo se despoja de su equívoco y se repara.
El organismo se muestra como una alegoría del sufrimiento, prueba de ello es que la inserción en el grupo se hace con sangre. La ablación abre heridas muy profundas: la separación con el universo femenino y maternal, la reclusión, la prueba y el dolor.
El acto de purificación comienza por el aislamiento del cuerpo. Es un recogimiento que pasa de lo abierto a lo cerrado, de lo colectivo a lo personal. En esta fase las pequeñas desatan su pareo (5), y se muestran desnudas, sin ropa, como el mismo campo. “A continuación se sentaban sobre un recipiente de cerámica y abrían la entrepierna” (Kourouma 1970: 36).
El instrumento empleado para la realización del sacrificio es denominado en la novela como “un cuchillo con la punta encorvada” (Kourouma 1970: 34). Dicha navaja se presenta como una arma iniciática, una herramienta que desata y separa. Tiene una función purificadora en la medida en que está destinado a circuncidar el clítoris impuro.
El miedo de ver el cuchillo extirpar la carne, ver cómo se cierran los ojos, la rapidez de la operación, revelan en cierta manera no querer la muerte de la infancia, no aceptar el hecho de dejar de ser niñas. Allí en el campo, entre la frondosidad, se llevará a cabo la primera fase del ceremonial, es decir, la intervención física que está marcada por la sangre y el dolor. Para Salimata esta secuencia será más que traumatizante, nuestra protagonista siempre la recordará como un horror más que como una fase propia del ritual:
“Cuando llegaron al campo de la ablación, ella veía a cada adolescente desprenderse de su pareo y tirarlo, sentarse sobre un recipiente de cerámica y la extirpadora, la mujer del herrero, la gran bruja, avanzar, sacar el cuchillo, presentarlo a las montañas y cortar el clítoris considerado como la impureza, la confusión, la imperfección y ver lavarse a la operada, agradecer a la partera y entonar un canto a la gloria y a la valentía, repetido en coro por todas las allí presentes” (Kourouma 1970: 34-35).
El momento del corte es el más tenso e importante de la ceremonia ya que modifica el estatus de las neófitas, a través del cual las jóvenes pasan de la impureza a la pureza. Es el momento álgido de la ceremonia. Aquí, la partera tradicional, se presenta como protagonista. En este pasaje, el lector vivirá, de la mano de Salimata lo que una joven africana puede sentir (el miedo, el dolor físico, etc.) cuando le practican tal mutilación. Éste, sin apenas darse cuenta, entrará en el círculo de jóvenes que en ese momento, esperan ser intervenidas:
“El latigazo del dolor le subió de la entrepierna a la espalda, al cuello y a la cabeza, le bajó a las rodillas; quiso incorporarse para cantar pero no pudo, le faltó el aliento, el ardor del dolor le tensó los músculos, la tierra parecía hundirse bajo sus pies y los asistentes, las otras chicas, la montaña y la selva, todo le daba vueltas, todo parecía volar en la bruma del amanecer; le pesaban los párpados y las rodillas, se sintió rota y se desvaneció” (Kourouma 1970: 37).
Asombrosamente es Kourouma, un hombre, quien describe ese “latigazo” de dolor. ¿Cómo él, que no ha tenido que pasar por tan atroz vivencia, conoce y por ello nos describe toda esa serie de estremecimientos que una inicianda siente, de un modo, además, tan explícito? Es muy probable que se deba al hecho de que alguna joven que haya pasado ya por dicho ritual, le haya narrado el sufrimiento físico que tienen que soportar durante la mutilación del clítoris.
En realidad, Salimata vive su iniciación como si fuera su propia muerte pues sólo piensa en ese corte que se torna en una tortura sin fin:
“En ese instante de sus entrañas salió todo el miedo de todas las historias de las muchachas que habían muerto en el campo. Sus nombres venían a su mente, el nombre de las que cayeron abatidas frente al cuchillo. El campo se quedaba con las mejores, las más bellas (¡como Salimata!). También se había quedado con Moussogbê de la promoción de su mamá, una belleza que todo Horodougou recordaba todavía. Nunca más volvió. Hace ya de eso cuatro inviernos. Nouna cuya nariz era tan recta como un hilo cuando se tensa. Salimata buscaba en vano sus tumbas. Las tumbas de las que nunca regresaron y a las que no lloraron por considerarlas como sacrificios por el bienestar del pueblo” (Kourouma 1970: 36).
Una parte de Salimata muere aquí en el sufrimiento y en la sangre frente al altar de las exigencias sociales, y puesto que fallece una parte de ella, nace otra en forma de cuerpo de mujer (6). En definitiva, el recorrido iniciático para una adolescente consiste en superar con éxito todas estas etapas.
Sin embargo, el cuerpo desvanecido de Salimata no ha culminado todas las fases del ritual, ha fallado en la más importante y será castigada por ello, no podrá tener hijos, su futuro será el de una mujer estéril.
Cuando nuestra joven volvió en sí, el grupo de las otras iniciadas ya se había marchado. El regreso de estas jóvenes estaría siendo celebrado. “Es decir, que la vuelta de las escindidas había sido festejada, bailada y cantada sin Salimata (…) Salimata no vivió el regreso triunfal al pueblo como ella había soñado tantas veces” (Kourouma 1970: 38).
Nuestra protagonista, mientras tanto, continuaba en el bosque, atendida por dos matronas. Éstas la llevaron a casa del féticheur Tiécoura, a una casa aislada, pequeña, con poca luz:
“Subida a la espalda de una matrona por un camino perdido, una entrada escondida, así fue como entró en el pueblo y llevada a la cabaña del fetiche Tiécoura y durante el resto de la jornada, a los pies de la paciente, se hicieron los sacrificios, rodaron colasblancas y rojas mientras su madre lloraba (…) La cabaña del fetiche estaba aislada, era redonda y pequeña. El fetiche, que ocupaba casi la mitad de ésta, con una máscara espantosa, dominaba todo el interior. Había una lámpara de aceite encendida, la luz que desprendía mantenía el misterio del lugar. El techo de la cabaña era de paja, de él colgaban mil trofeos: pareos, un cesto, un cuchillo, etc.” (Kourouma 1970: 38).
Las otras jóvenes, tras su recibimiento triunfal en el pueblo, serían conducidas seguidamente a otra cabaña apartada, donde durante tres semanas, les harían curas corporales, como consecuencia de las heridas causadas en la secuencia ceremonial y donde las prepararían para ser buenas esposas y madres. Salimata se reuniría después con sus condiscípulas en lo que Eliade denomina “la cabaña iniciática” (Eliade 1981: 243).
Esta segunda parte del ritual dura el tiempo de cicatrización de las heridas y está en función de las complicaciones que se han podido producir durante la operación. Es un periodo de alto riesgo rodeado de tabúes y normas muy estrictas. En esta fase las niñas están bien atendidas. Los saberes de las mujeres les serán transmitidos a través de la tradición oral. Reciben toda la riqueza cultural de su pueblo, aprenden las normas sociales de su grupo, las normas de relación entre el hombre y la mujer y el respeto que deben mostrar a sus mayores. Las mujeres pasan sus enseñanzas a las neófitas en todas aquellas tareas que conformarán su vida adulta.
En la cabaña iniciática, las jóvenes tienen que experimentar la simbiosis con la naturaleza, lejos del mundo civilizado. Dicho retiro no sólo sirve de cura para las recién iniciadas sino también para que se las prepare rigurosamente. En ella se instruirá a las jóvenes sobre su nueva vida y sobre las leyes, las costumbres y los tabúes de la sociedad (Kourouma 1970: 34). La madre de Salimata le presenta este momento como si se tratara de una promoción: “¡Ya verás, hija mía! Durante un mes vivirás recluida con otras circuncidadas y por medio de cantos os enseñarán todos los tabúes de la tribu” (Kourouma 1970: 32).
Concluido dicho aislamiento, se harán fiestas. En éstas se celebrará el nacimiento de un nuevo ser y su agregación definitiva en el seno de la sociedad de los adultos, en donde la estrenada mujer, se unirá al universo del marido que ya le tienen preparado.
Esta tercera fase tiene un contenido social. Una vez la herida ha cicatrizado, las niñas son acompañadas por las mujeres más ancianas y son presentadas a la comunidad. De esta forma legitiman el nuevo estatus que han adquirido. Las mujeres que las reciben, bailan y ofrecen sus danzas en señal de aceptación y de bienvenida al grupo: “¡Ay el regreso! Hay que decirlo, era la fase más bella de la ablación. El tam-tam, los cantos, y todo el poblado, agolpándose al encuentro de las chicas operadas, tocando las calabazas” (Kourouma 1970: 38) (7).
La antropóloga Adriana Kaplan también nos relata un rito de paso, de iniciación, de las niñas de Senegambia:
“En la primera fase, las niñas son separadas de la comunidad y circuncidadas. La ruptura con la etapa anterior, la infancia, está marcada por el corte y la mutilación del clítoris, la sangre y el dolor. La segunda fase, de marginación, tiene una duración que depende del tiempo de cicatrización de la herida y del proceso de aprendizaje de las iniciadas, y suele prolongarse entre dos y ocho semanas según el tipo de operación realizada. Éste es un período de alto riesgo, rodeado de tabúes y normas estrictas, prescripciones y prohibiciones especiales referidas a los cuidados, la higiene, el alimento, la ropa y el movimiento en general. Es en esta fase donde se lleva a cabo el aprendizaje por parte de las niñas iniciadas, donde les son transmitidas las enseñanzas que aglutinan la riqueza cultural y social de su pueblo. En la tercera fase, de agregación, se celebra una gran fiesta de graduación donde se presenta públicamente a las iniciadas como nuevos miembros de la comunidad de las mujeres adultas, con sus nuevos roles y categorías sociales. De esta forma son públicamente reconocidas, legitimadas y aceptadas por la comunidad como nuevas integrantes de la sociedad secreta de las mujeres” (Kaplan 2006: 200).
Sin embargo, Salimata, mientras se hallaba de retiro en casa del féticheur Tiécoura curándose de las heridas, éste, encargado, como consecuencia de su ablación sin éxito, de cuidarla tal y como necesitaba su estado, en vez de conformarse con su noble función social, abusará de ella y la violará durante la noche, aprovechando un descuido de la matrona. Ésta sintió cómo “algo tocó sus caderas y su herida. En ese instante, notó cómo el dolor se le clavaba y la abrasaba. Sus ojos se nublaron de colores que le daban vueltas y se tornaban verdes, amarillos, rojos. Dio un grito de dolor y perdió el conocimiento en medio de un charco de sangre” (Kourouma 1970: 38). Salimata había sido violada.
Ese será su primer contacto con el género masculino. Un encuentro brutal, violento y desastroso. Este acto innoble inaugurará su destino trágico con los hombres, pues la sombra de Tiécoura siempre se hallará presente en su mente. “Sí, Salimata nunca lo supo; pero en su interior siempre había como un escalofrío que la ponía tiesa como un garrote cada vez que alguien le nombraba a Tiécoura” (Kourouma 1970: 40).
A cada petición sexual, el féticheur aparecerá en sus pensamientos y la paralizará, volviéndola loca por momentos, hecho que no le dejará asumir con éxito su destino de mujer y esposa en su primer matrimonio forzado con Baffi:
“Las ceremonias acabaron pronto para su gusto; demasiado pronto le lavaron la cabeza y se vio en la cabaña nupcial con dos matronas al pie de la cama para la educación sexual y para testimoniar que era virgen. Baffi entró, se acercó, lo intentó, ella se encogió, se apretujó, se negó, las matronas acudieron y la cogieron, él quiso forzarla y violarla. Salimata gritó, gritó como la noche de su ablación y el miedo y el horror de Tiécoura volvieron a su nariz y a su garganta, gritó y gritó, tanto que los ladridos de los perros empezaron a oírse de patio en patio sobresaltando a todo el poblado; las matronas la soltaron, Salimata dio un salto de la cama y escapó por la puerta, la sujetaron y se vino abajo, hundiéndose en la pena y el llanto. El marido se abrochó los pantalones” (Kourouma 1970: 41).
Como la dote ya estaba pagada, Baffi, dándose por vencido, ya que su salud, ante esta mujer, peligraba, decidió destinarla a las labores del hogar “como una mujer para la cocina, pero no como una esposa a la que le perteneciera una parte de las noches del esposo” (Kourouma 1970: 42).
En definitiva, todo indica en la novela que el recorrido iniciático de Salimata ha tenido un éxito a medias. No ha muerto durante el ritual, como suele ocurrir en muchas ocasiones, pero tampoco ha ido en el grupo con el resto de iniciadas. Podríamos definir la vuelta de Salimata como un regreso iniciático, sin embargo su posición queda un tanto ambigüa.
Hemos de decir que no es sólo Kourouma el único escritor que lleva a cabo una interpretación literaria del ritual de ablación. Del mismo modo, otros autores de la literatura francófona del África subsahariana, hacen eco en sus obras de esta bárbara costumbre. Awa Thiam en La parole aux négresses (1978) saca a la luz este culto, exponiendo al mundo el problema de la ablación y de la infibulación en el África oeste. Esta obra, que es fruto de una intensa investigación con eruditos islámicos, personas mayores, y mujeres víctimas de la ablación, ha suscitado numerosas polémicas en África. A la autora le han llovido fuertes críticas por parte del lectorado africano pues da voz a un tabú silenciado durante mucho tiempo. Sin embargo, gracias a esta novela, numerosas mujeres desconocidas, del día a día, han tenido la oportunidad de hablar y contarnos sus vivencias. Gracias también a esta obra, el lector descubre que el Corán no hace alusión alguna a la mutilación genital femenina, es decir, la religión musulmana no es el origen de la ablación (Thiam 1978: 78-79), sino más bien la vasta y omnipresente tradición.
Es la primera vez que mujeres subsaharianas, no pertenecientes a ningún organismo oficial nos describen su realidad, su día a día…. Es el gran mérito de este libro, dar la palabra a aquellas que han estado en silencio durante tanto tiempo. Las mujeres que hablan aquí, la mayoría, no son conscientes de su injusticia. Lo que ellas viven, es a sus ojos, algo normal propio de la condición femenina. Sin embargo, su toma de palabra, sin que ellas sean conscientes de ello, es ya una toma de conciencia. Relatan pero no acusan. En estos países la tradición religiosa y la familia son implacables, manifestarse en contra significaría salirse del grupo, un suicidio social. Alice Walker en su novela Possessing the Secret of Joy(2008) describe las traumas por los que su heroína Tashi debe pasar como consecuencia de esta intervención. Nos describe hasta qué punto una mujer puede sentirse anulada tras la ablación. En la película Fleur du désert. Du Désert de Somalia au monde des top-models, adaptación de la novela de Waris Dirie (8) su protagonista hace el mismo tipo de denuncia, así como Sembène Ousmane en el filme que él mismo dirige “Mooladé” (2004) (9). Calixte Beyala (1988: 24) incrimina en Tu t’appelleras Tangano sólo el trastorno que ocasiona la tradición sino también el traumatismo físico que sufren como consecuencia de la ablación sus heroínas. Con las aportaciones de todos estos escritores y escritoras corroboramos la afirmación que hace Adriana Kaplan sobre el compromiso de la literatura frente a este bárbaro ritual: “El impacto sobre la salud mental y la salud sexual y sus vivencias, aunque menos estudiado, también está documentado en la literatura. Se señalan sobre todo, la aparición de sentimientos de humillación, vergüenza o terrores nocturnos. Son posibles en algunos casos trastornos mentales, especialmente la angustia y la depresión” (Kaplan 2006: 199).
Llegados aquí, nuestro planteamiento es el siguiente: ¿Reflejan estos autores la verdad de esta realidad? Tomemos como punto de partida el momento actual que todavía en el siglo XXI seguimos viviendo y comprobemos, si hoy en día, se sigue practicando este ritual. Sin ir más lejos, veamos qué ocurre en España entre el colectivo inmigrante de origen subsahariano, ¿acaso se muestra éste contrario a dicha tradición o por el contrario la perpetúa? ¿Qué tipo de condena refleja nuestro Código Penal ante la práctica de la ablación? Veámoslo a continuación.
4. Mutilaciones genitales femeninas
“A consecuencia del fenómeno migratorio la problemática asociada a las mutilaciones genitales femeninas se ha extendido a Europa, Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, es decir a comunidades de migrantes en todo el mundo” (Kaplan 2006: 192).
Centraremos nuestra atención en la revisión de la situación de las mutilaciones genitales femeninas en España en la actualidad, haciendo hincapié en los aspectos culturales, etnográficos y legales necesarios para tener una visión integral de la problemática de las mutilaciones genitales femeninas en nuestro país. Abriremos este epígrafe exponiendo los distintos tipos de mutilaciones que se realizan dependiendo del nivel de intervención.
Aún hoy en día en muchos países del África subsahariana, la realización de las mutilaciones genitales femeninas es un hecho habitual, en el contexto cultural de los ritos de paso de la infancia a la edad adulta (10). Existe todo un entramado de creencias culturales y tradiciones que perpetúan estos rituales que atentan contra la integridad física de las mujeres.
La ablación tiene diversas consecuencias, como las enfermedades inflamatorias, las infecciones de las vías urinarias, o que la lesión no cicatrice. El dolor de la operación suele provocar traumas prolongados, y las hemorragias pueden ser mortales. La mutilación genital femenina tiene lugar en países del África occidental y del África oriental:
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